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     En 1994 vuelve a Madrid con una gran exposición en la Galería Espalter. El año anterior ya había presentado su obra en esta misma Galería, pero en Majadahonda. Es una exposición muy numerosa, con cuadros de gran tamaño en ocasiones, como “Paisaje para su soledad” (130 x 195 cm.) en el que la Venus del espejo, pero sin espejo, se repite en tres tamaños, empequeñeciéndose conforme se aleja del espectador. En “Sr. Rembrandt, ¿Y ahora qué hacemos?” toma de “La ronda de noche”, las figuras del Capitán Frans Banning y del Teniente Willen van Ruytenburgh, aisladas, y las inserta en el ángulo inferior derecho de su obra. La línea blanca atraviesa ambas figuras, desde el lateral derecho, a la altura de los hombros de la figura más alta, y se extiende hasta aproximadamente tres cuartas partes de la longitud total del cuadro. De esta conocida obra de Rembrandt ha pintado varias versiones, y poderlas contemplar todas juntas sería una buena prueba de las variaciones espaciales que consigue Emilio Prieto con su aquilatado sistema compositivo. Es el poeta y crítico de arte Manuel Lacarta quién en esta ocasión escribe un texto en el catálogo, en el cual repasa a través de catálogos anteriores y sus comentaristas la trayectoria del pintor. Trayectoria y comentarios a los que Lacarta va poniendo su contrapunto propio: “…Desconozco casi a ese Emilio Prieto de 1967 y, si acaso, sé seguir mejor a Emilio por sus cuadros, y no por este laberinto de la vida, que nos desenreda y aún nos salva gracias a la tenaz cordura de pintar, escribir, fumar y ya no fumar interminablemente, buscar sosiego. Sosiego pide este hombre que se ha saltado el medio siglo viviendo minuto a minuto y brindando con lo que caiga. Sólo lo temperan sus cuadros y, ante ellos, uno comprende y siente ese doloroso rastro del que se impregnan figuras prestadas de Monet, Fortuny, Goya, Millet, Vermeer, Rembrandt…,horizontes propios, cielos de todos, hasta lograr la calma. Desordenado en sus vivencias, habita la pulcritud pintando; pintar le salva de interminable fuga; pintar le colma de olés la vida en prietos blancos, azules, azulesblanco, como quién escapa a la negrura sin quedar ciego para siempre… Hay un poco de locura en esta cuerda construcción del pintor pintando en acto de fe la paz que le apetece al cuerpo. Aunque, habría que decir lo hasta aquí dicho en otra forma: que el pintor es el mismo desde aquellos mediados años sesenta en que iba del pop a los surrealistas y a la inversa; que la pintura toda de Emilio Prieto surge del conflicto con la vida, y remansa o purifica; que éste pinta un rico paisaje mental, en decir, ideativo, en el ámbito poético de la pintura -pintura, siendo su constructivismo figurativo más último el resultado sin tercerías de ir acomodando saberes plásticos y humana sensitiva sensibilidad, que cada vez se inclina más hacia un buscarse en sus adentros y dar en universalidad bien ordenada, austera…”
31 Un texto a cuyo frente pone Lacarta unos versos de Quevedo: “Puedo estar apartado, más no ausente;/ y en soledad, no solo (…)”, que vienen a reslatar el sentimiento de soledad que provoca la pintura de Emilio Prieto. Un Emilio Prieto que se autoproclama pintor, lector, cazador, pescador,… actividades más bien solitarias todas ellas y que ha dado lugar a graciosas anécdotas; como cuando fue llamado por la profesora de su hija pequeña, que necesitaba hablar con él. El motivo era que habiendo preguntado a cada niño/a la profesión de su padre, Ana, entonces de seis o siete años, había respondido que su padre era pintor, cazador y pescador. Algunas de las cosas que le había oído decir en casa…


Casas de Galende  1996
60 x 73 cm. Acrílico / lienzo


5.- Interludio paisajístico

     En 1995, en Madrid, Galería Espalter, y posteriormente itinerando, ya en 1996, por Valladolid, Palencia, Ávila y Zamora, y más recientemente, ya en 1997, en Vitoria, presenta una exposición un tanto desconcertante para los seguidores de su obra: paisajes. El título que pone el pintor, “Crónica de lugares donde cantaron las aves” puede introducirnos en el carácter, en algún aspecto de divertimento, de juego; pero no hay que olvidar la seriedad del juego ni, por ejemplo, la importancia que Schiller confirió al juego. Y hay en estos paisajes un carácter de búsqueda y hasta de experimentación. En los horizontes bajos, en el estudio de nubes, en la vista frontal, en la ausencia de caminos o veredas que llevaran hacia un punto de fuga lejano, en el tratamiento textural, y hasta tectónico de la tierra, en contraste con el casi gaseoso del cielo; en la capacidad de ensimismar la pintura, aunque siempre sea referida a algo, en la colocación y longitud de la línea blanca, busca Emilio Prieto nuevos cometidos para sus cuadros. “Paisaje para el canto de la oropéndola”, “Paisaje para el canto del cuco”, “Paisaje para el canto de la codorniz”, etc., son los títulos de estas obras cuyo espíritu está impregnado por el paisaje y el cielo sanabrés. Miguel Gamazo escribe en el catálogo: “…El objeto de la pintura no es sólo objeto a transfigurar, sino signo de expresión de la realidad transfigurada. Sólo así, las cosas cotidianas llegarán a adquirir un valor simbólico: Desde siempre, el espacio ha sido para él, el territorio en que los objetos inanimados o la figura humana cumplían papel de acompañantes. Ahora, es ese espacio, actor exclusivo. En él, otrora “cantaron las aves” pero en esta ocasión, la soledad es dueña y señora… cuando se ve esta pintura en la que Emilio ha enriquecido el color, lo ha puesto sobre la tela con densos empastes de materia que parecen no deliberados y que quizá no lo sean, cuando se contemplan estos celajes de nubes viajeras, estas tierras verdeantes o de azules casi negros; sin referencia de hombres o animales, el espectador se siente inmerso en un ámbito plástico -recinto intemporal de lo pictórico– en el que esas líneas blancas que marcan el horizonte, tan enigmáticas que el propio pintor desconoce su significado, pero a las que no puede renunciar, crean una tensión emocional con el infinito, que hace meditar en lo que hay más allá de la simple mirada, detrás de la realidad que, como tantas veces, conturba o ciega los ojos”
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 Lago en verano 1996
  73 x 92 cm. Acrílico / lienzo


     Más literales son los paisajes que componen su exposición en el Castillo de Puebla de Sanabria, en 1995. Vistas del lago de Sanabria, la “Ermita de la Alcobilla”, parajes de la región son obras, que ha ido pintando directamente o de recuerdos en sus muchas estancias allí. Andrés García Sanromán, escribió en el catálogo: “Desde Emilio Prieto a Sanabria, hay la distancia que él quiera darle, porque es tan mágico su ir y venir, tan mágico su hacer y estar, tan mágica su pintura y humanidad, que las distancias las impone él: este poeta de su pintura y su tierra se vanagloria simplemente de ser poeta de la pesca. Y entre la pesca (cuando pesca) y la pintura (cuando pinta) dice que tampoco hay distancias… Este artista tan universal, tan sanabrés, tan madrileño que dice ser uno de los dos mejores pintores del barriobajo de Paramio y que en realidad es uno de los más originales y grandes artistas españoles contemporáneos , nos deleita en esta ocasión con sus “DIVERTIMENTOS” sobre Sanabria. Para él, quizá sea el pretexto para remansar y purificar su pintura desde el conflicto con la vida. Él pinta un rico paisaje mental en el ámbito poético e ideativo a través de su gran conocimiento técnico-plástico, sus vivencias anímicas las estruja en su alma para ofrecernos su visión tan particular y original del mundo que les rodea…”
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Lago en invierno 1996
  38 x 55 cm. Acrílico / lienzo


      En estos paisajes, Emilio Prieto ha sacado a la luz pública el substrato de su obra, el que mediante eliminaciones y concisiones va configurando el escenario, el espacio, donde se alojan las figuras, tan conocidas que valen como formas, como datos plásticos, cobrando dimensión estética, en el sentido kantiano, esto es el medio en el que se encuentran los sentidos y el intelecto. La imaginación hace el resto.
Hay en la serie obras en las que es el color sólo, muy atemperado, muy enlazado en sus proximidades, el que fija distancias, el que pone los rudimentos que permiten al pintor entregarse a un juego descriptivo que nos sorprende, si nos fijamos bien, con que está logrado con pinceladas sueltas, que viven y vibran en su recorrido, ajenas a que, integradas, constituyen un todo, que es un lugar preciso, reconocible. Es una vez más, la magia de la pintura, la que no ha abandonado a Emilio Prieto a lo largo de su fecunda carrera, quizás porque Emilio Prieto no ha cesado, no cesa, de buscarla, desentrañándola y utilizándola en ese “más difícil todavía” en que parece empeñado.

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