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   “Las Meninas”, ha sido también objeto de la atención de Emilio Prieto, jugando con una o dos figuras, una figura humana, el perro, etc. La figura suele ser la Infanta Doña Margarita, que en ocasiones ha repetido hasta tres veces en un mismo lienzo, en diversos tamaños, creando la sensación de que camina, deslizándose, hacia el espectador, multiplicando también así el efecto de profundidad, Aparecen siempre estas figuras en el abstracto “aire libre”, típico del pintor, que cuando se trata de figuras extraídas de un cuadro cuyo original representa una habitación, cobra un nuevo carácter. Siguiendo con Velázquez, ha trabajado también sobre el Príncipe Baltasar Carlos, a caballo o vestido con traje de caza; sobre Pablo o Pablillos de Valladolid, Menipo y demás. También pintó una versión de “El triunfo de Baco” o “Los Borrachos”, en la que sustituyó los rostros originales del cuadro velazqueño por el suyo y el de amigos báquicos, entre los que se encuentra este cronista. En los últimos tiempos, a raíz de la exposición entre nosotros del retrato de Inocencio X, viene trabajando, combinando este personaje con la Venus del espejo, con Marte… procedentes también de Velázquez. Rembrandt, con su “Ronda de noche”, ha sido objeto también de varias versiones; Vermeer, especialmente su conocido cuadro que representa a un pintor trabajando, visto de espaldas, también “La carta” y “la encajera”; Goya, con varias versiones de “La gallina ciega”, nunca con todo el grupo entero, pero dejando los huecos de las figuras que suprime, lo que dota a su obra de una extraña y misteriosa ambigüedad. Las dos majas, tanto la vestida como la desnuda, han dado fructíferos motivos a nuestro pintor para imbricarlas en su peculiar ámbito. También de Goya, “La aguadora”, del Museo de Budapest, a veces sola, a veces repetida en diversas alineaciones, le ha servido. Ha pintado también una impresionante versión del por sí impresionante “Duelo a garrotazos”. Fortuny y su odalisca, Rubens y sus “gracias” y sus “faunos” o “El rapto de Europa”; Brueghel y sus campesinos… Una gran serie de Millet en la que juega con las campesinas trabajando, suprimiendo algunas, alternativamente, de las espigadoras que figuran en el grupo alineado original, insertándolas en un metafísico ámbito rosado o dorado, que Emilio Prieto titula “Millet ven a ayudarnos”, I, II, II, IV… Es Millet, un pintor que deslumbró a Dalí, miembro de la escuela de Barbizón, que tanta importancia tuvo en la pintura realista francesa de mediados del Siglo XIX, no sólo estilísticamente sino también en el aspecto político y social. Hizo de los campesinos y su dura existencia el eje de su obra. Me permito dos opiniones: Delacroix le vio como un impenitente lector de la Biblia, un campesino de origen campesino y orgulloso de ello; como uno de los artistas barbudos que hizo la revolución de 1848, pensando que con ella llegaría la igualdad; y encuentra su obra poco variada pero dotada de un sentimiento profundo. Giulio Carlo Argan, hace, como cabe esperar, una lectura comunista de Millet: “En 1848, el año del “Manifiesto Comunista” y de las grandes luchas obreras, François Millet expone un cuadro que presenta a un campesino trabajando; la ética y la religiosidad del trabajo rural serán para siempre los temas dominantes de su obra. Por primera vez un trabajador es presentado como protagonista de la representación, como un héroe moral. Sin embargo, aunque sincera, la elección política de Millet es ambigua. ¿Por qué los campesinos y no los obreros de las fábricas, cuya miseria es aún más negra? Porque el obrero ya es un ser arrancado del ambiente natural, engullido por el sistema, perdido; el campesino está ligado a la tierra, a la naturaleza, a las formas de trabajo y de vida tradicionales, a la moral y a la religión de sus padres… La burguesía se entusiasma con Millet porque pinta campesinos, que son trabajadores buenos, ignorantes, sin valeidades progresivas; pero Millet paga su error político dando un paso atrás, como pintor… Retrocede del realismo al naturalismo romántico… Pero si Millet retrocede al romanticismo, Daumier lo hace avanzar, lo exaspera: el arte no es una conmovedora representación, sino el instrumento de una voluntad de lucha”22. Pero en cualquier caso, para Emilio Prieto, sus figuras, las de Millet como las de cualquier otro de los pintores que toma como referencia, no tienen valor testimonial, ni social, desvinculadas como están de su contexto, sino valor pictórico, datos plásticos, como las he calificado a lo largo de este estudio. Dato plástico, valor pictórico, que me parece que es lo máximo que una figura puede ser para un pintor. Maurice Merleau-Ponty lo ha visto aproximadamente así, cuando escribe: “Queda que los pintores clásicos eran pintores y que ninguna pintura válida ha consistido nunca en representar simplemente. Malraux indica que la concepción moderna de la pintura —como expresión creadora—, ha sido una novedad para el público mucho más que para los pintores mismos, que la han practicado siempre, incluso si no teorizaban a su respecto. Eso es lo que hace que las obras de los clásicos tengan otro sentido y más sentido quizás de lo que ellos creían, que anticipen a menudo una pintura liberada de sus cánones y sigan siendo los intercesores designados de toda iniciación a la pintura. En el momento mismo en que, con los ojos fijos en el mundo, creían preguntarle el secreto de una representación suficiente, operaban a pesar suyo esta metamorfosis de la que la pintura se ha hecho más tarde consciente”
23.

 


Barcas 1983
32 x 50 cm. Acrílico / tabla


     Tal vez ahí encontramos la razón, si es que tuviera que tener una, de la aventura fascinante de Emilio Prieto en esta su extensa serie sobre modelos anteriores, no una interpretación ni reinterpretación, sino la creación de una nueva pintura con nuevos y propios problemas, a la que la referencia a modelos tan conocidos priva, seguramente en una primera visión, del impacto que su ámbito, la línea blanca definidora y las nuevas relaciones establecidas, pudiera producir si nuestra atención no se desviara hacia la maja, la hilandera, la venus, etc., aunque esta atención puede permitirnos valorar la maestría del pintor en su tratamiento. En el catálogo de su exposición en la Galería Kreisler, Madrid, y en el de la Galería Rafael, Valladolid, ambos idénticos y ambos en 1986, se reúnen opiniones escritas para la ocasión de diversos amigos del pintor, de diversos enfoques para la primera serie de esta extensa serie. Preside un texto, “Espacio ensoñado”,del llorado poeta y crítico de arte Manuel Conde: “Un sosegado ritmo, acaso un eco nostálgico, late en cada una de las etapas —tan coherentes siempre con un riguroso concepto de la expresión estética— que ha ido configurando y enriqueciendo la singular obra pictórica de Emilio Prieto, sin duda, una de las más significativas y personales del Arte español actual. “Pasa luego, rápidamente, revista a las etapas más importantes del pintor, que —dice— “llega ahora a su ensoñado espacio plateado en el que su dual planteamiento de siempre, el color y el espacio, se adensa en significaciones culturales, metafísicas, con la presencia de esas fascinantes imágenes… Son figuras —son símbolos estéticos, emblemas de la gracia y la delicadeza— tomadas de obras de Velázquez, de Goya o de Tiziano; de pintores flamencos o alemanes, incorporadas a un contexto nuevo, a un espacio ideal donde su nueva significación es la de un árbol, un arabesco, un signo plástico; el contrapunto un lenguaje expresivo… que parte del vacío, de un espacio irisado, de gamas grises, tenues, azulada y malvas, con las que un rojo, en verde musgo, un oro viejo establecen un contraste dialéctico de extremada concisión y pureza: el lenguaje esencial de la pintura.” Waldo Balart, por su parte, escribía: “Emilio Prieto logra el Espacio Plástico Sensible por un color, el cual obtiene después de un trabajo arduo y tenaz, producto de múltiples capas y veladuras que muestra un oficio maduro y depurado. Con este hallazgo sería suficiente para comunicar en el espectador esa sensación que por sí sola cumple el cometido de obra de arte, sin embargo su lenguaje plástico proveniente de una tradición cultural sólida le lleva a provocar una única tensión por medio de una línea horizontal definitiva y enigmática, que cumple diferentes cometidos, uno de los cuales, y no el menos importante, es el de determinar una relación de distancia entre el espectador y el infinito. Si no fuera suficiente con la vivencia espacial, Emilio Prieto nos impone una experiencia en el tiempo a través de signos culturales harto conocidos que nos inducen a reflexiones polarizadas por la anécdota, que aislada de su contexto natural y situada dentro del Espacio Plástico previamente establecido varía sus modelos conceptuales y cargas emocionales, y establece dentro del nuevo contexto, diferentes y complejas lecturas, que traducidas al lenguaje común denominamos cuadro.” Eulogio Rosas que, como vimos al principio de este estudio, regentaba con Fermín Santos el taller donde Emilio Prieto comenzó su aprendizaje, evoca aquélla época en su texto: “Corrían los años 1953-54 en aquel taller de la calle del Oso de Madrid, donde después de tremenda lucha por salir de la penuria económica, estudiábamos las técnicas y procedimientos de los maestros del pasado. Emilio Prieto sin confusión ni desorden, con extraordinario instinto y la serena y recta formación, el buen aprendizaje, ha elaborado las obras que confirman su talento. El estilo no se busca por violentas alteraciones del motivo, sino por las calidades de factura, por la poetización interpretativa de la materia. En la paleta de Emilio juegan, desde los cenicientos matices del gris, a la gama de azules, rosas delicados y purísimos, su correcto y depurado dibujo, el concepto filosófico de su obra, hacen de él, un pintor con una proyección inimaginable. “Yo, por mi parte, recordaba algo que había dicho hacía ya tiempo: “Hace tiempo escribí que los pintores, por más vueltas que diéramos, pintábamos un cuadro, siempre el mismo; una misma obsesión multiplicada o dividida; paradójicamente esto da igual en este caso…”; decía luego cosas que más extensamente quedan reflejadas en este estudio, y terminaba “Son arquetipos si se quiere, o el eterno retorno de lo idéntico si se prefiere. Punto de llegada, o sea de partida. Sólo la pintura puede permitirse estos lujos, cuando está en manos de un auténtico pintor.” Como colofón, el propio Emilio Prieto escribía, titulando a su texto “Aclaración para mis “d’aprés”. “Si el túnel del tiempo existiera, si las razones fueran lógicas, si la lógica tuviera razón, no hay ninguna para asegurar qué es lo que debe ser, o cómo es. Las cosas son, los hechos fueron, son o serán. Aquí hay uno de ellos. Éstas son telas cubiertas de colores, líneas y formas; mundos de ir, venir o vivir; espacios para ser, estar, pasar, olvidar, recordar, gritar, silenciar, ignorar o sublimar. Mundos ni más ni menos válidos, ni más ni menos importantes, pero… ahí están. No hay explicaciones, dogmas ni obligaciones para los espacios, tanto en tiempo como en formas; es un ir y venir por las distancias. El proceso de ejecución desde el blanco soporte al barnizado final, fue mi ganancia. Y si todo proceso tiene pausa, esta es una de ellas. Agradezco, reconozco, admiro y envidio a todos cuantos he intentado interpretar, con respeto y cariño, para mi gozo. Egoístamente” 
24.

 

                                                                             
 ¿Vendrás hoy? 1987
  24 x 40 cm. Acrílico / tabla


    
Después de estas presentaciones de las obras en que resume sus anteriores experiencias, comienza una larga serie, que todavía no ha cesado, de exposiciones y de obras. El pintor va depurando su pintura, avanzando paso a paso; pues una pintura tan aquilatada, tan despojada de todo elemento necesario y extrínseco a ella misma, casi puede decirse que instaura una especie de síntesis; de sintaxis, entre sus elementos constituyentes; una combinatoria que nunca es automática, sino que, en cada caso, en cada obra, se somete a revisión. Cada exposición parte de la anterior y es parte -físicamente- de la anterior, pues de ella proceden obras que se complementan con otras nuevas.
     En 1988, en la Sala Villaseñor de las Casa de Cultura de Torrelodones, tiene lugar una nueva salida. En el catálogo un poema, especialmente escrito para la ocasión por Carlos Oroza, termina: “Tienes tanto aire en tus manos, que el cielo se te viene abajo”
25. En este mismo catálogo, Miguel Gamazo, tras repasar la trayectoria del pintor desde 1971, se refiere a su obra del momento, la que nos ocupa, viendo la soledad como constante, “…y siempre ,siempre, la soledad como leif motiv, como causa de vivir, como razón de pintar. Soledad de horror, de desesperanza, pero permanente como elemento mágico de comunicación. Más tarde, ahora mismo, ha enriquecido su pintura con nuevas comunicaciones. Sus plateados grises se completan o transforman en azules, leves rosas, violetas, cárdenos en los que, a veces, se inician, se insinúan unas nubes y siempre hay una luz no usada, y en ellos instala “personajes” a los que su instinto plástico eleva a la categoría de personas, rindiendo homenaje a los grandes pintores de otro tiempo. No hay nada de mimetismo en ello. Por el contrario, lo que se hace es una recreación de temas, de motivos a los que saca de su contexto tradicional… para hacerlos universales, intemporales, para darles un nuevo significado, nada extraño, no disonante ni tópico. Lo que inició como experiencia, casi como juego, se convierte en un acto de amor, y estas figuras que aparecen sin forzamientos, de un modo natural -la sabia y universal naturalidad de gestos y actitudes permanente- están tratados con delectación, con respeto matizado de una leve ironía que nos acerca a ella y hace que también nosotros, como el pintor, los amemos” 26.

 


La espera II 1987
24 x 40 cm. Acrílico / tabla


     En una nueva exposición, esta vez en Pamplona, presenta sus versiones, ya comentadas, de Millet, junto a nuevas obras sobre pintores y cuadros ya trabajados anteriormente. En un nuevo poema, Carlos Oroza, escribe: “El color ilumina por dentro su materia mutable…”
27 y Carlos Sánchez, en clave irónica, ve que”… La ruptura se veía inevitable, el personaje reclamaba su propia individualidad, no la del cuadro, por la que forzadamente se le había sacrificado a ser conocido… Esa insospechada ironía de poner patas arriba a todo el clasicismo académico, ni en sueños, jamás se cruzó por la mente de esteta alguno o símil practicante de manualidades pictóricas; porque para llevar a cabo tal perversidad, se necesitaba primero tener un consolidado oficio, lustros dorados de bregar con el pincel y el lienzo, el añadido de gozar de una visión del mundo y de la realidad lo suficientemente cristalina como para no dejarse embaucar por ninguna apariencia, y estar a años luz de perseguir cualquier zanahoria colgada tras un fatuo oropel… Pero, bien mirados, los actuales cuadros de Emilio Prieto son auténticas cargas de profundidad contra una unívoca historia contada… A partir de ahora, no pueden funcionar los clásicos sin Emilio Prieto; prentenderían mantenerse como los mismos de siempre, y Emilio, en esta exposición, demuestra que no es así” 28. En la misma publicación yo abundaba sobre extremos a los que ya me he referido en este estudio y me refería, especialmente, a las nubes, que empezaban a cobrar carta de naturaleza en la obra del pintor. “En los últimos tiempos gusta el pintor, en ocasiones, de introducir un nuevo elemento en su obra: las nubes. Así, los planos superiores, los que se expanden por encima de los que pudiéramos denominar horizonte, parecen instalarse en la realidad, completar con las figuras un frente que se opone a la abstracción de planos y líneas, como si dos sistemas se complementaran a cada una de estas obras. Pero estas nubes no componen un cielo destinado a acoger bienaventurados, no son un elemento metafísico ni meteorológico. Como los personajes están en un nuevo contexto: el esencialmente plástico, el que reclama la obra en cada momento… La nube, el cielo, en la pintura de Emilio Prieto se me aparece como un enriquecimiento en el registro de que se vale el pintor para diversificar su superficie, para dinamizar con un nuevo contraste su obra. Es grafismo que más que evocar dinamiza la composición, se opone a la posible rigidez nacida de las estructuras de planos y líneas. Cómplice y complicación al mismo tiempo, cuando el pintor introduce estas nubes - de gran calidad pictórica, por otra parte- está vertebrando su obra con un elemento sígnico que parece destinado a facilitar la legibilidad del discurso descriptivo implícito. Discurso descriptivo, pero donde los elementos conservan su autonomía y no aparecen sujetos a ninguna primordial dependencia mimética…! 29 José Hierro, en el catálogo de una nueva exposición, que recorre Asturias, escribe y describe magistralmente toda la inventiva de Emilio Prieto. Después de referirse a sus comienzos como copista de los pintores flamencos y a sus épocas expresionistas y casi informalistas se pregunta: “Y, después, ¿qué? Acabados los años de aprendizaje, de ejercicio y búsqueda, hizo algo muy sencillo y doloroso. Los lienzos en los que había representado -copiado- paisajes flamencos y los otros, los de militancia informalista, fueron borrados, repintados sin piedad. Fueron espacios poblados por ausencias: superficies de color plano. El tercio inferior -o tal vez, dos quintas partes, o no sé si una proporción regida por la sección áurea- fue una franja de gris cálido. El resto, gris azulado, frío. Tierra y cielo. O, acaso, una composición abstracta, en la órbita de lo temblorosamente geométrico… La pintura -este es uno de los grandes hallazgos de Perogrullo- es un arte espacial. Pero puede empaparse de temporalidad. Era el territorio donde reinaba el tiempo detenido, un escenario sin actores. Había que poblarlo. Lo hizo, al principio, valiéndose de objetos -sillas, preferentemente- que realzaban el silencio y la soledad del cuadro. Más tarde, retirado el deshumanizado atrezzo, convocó a personajes de otros tiempos, criaturas que pertenecieron a Velázquez o a Rembrandt, o a Rubens o a Millet. Así, esas criaturas ajenas, pertenecientes a tiempos pasados y a dueños concretos, se instalaban en ese tiempo liberado del calendario que Emilio Prieto había creado para ellas. Así de sencillo. Acabo de revelarles el secreto de nuestro pintor. Cualquiera puede utilizar una fórmula tan simple… Es muy fácil, muy fácil, desalojar de su territorio a este artista singular, exquisito y mágico que es Emilio Prieto” 30.

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